Desarrollo inclusivo, Oficiónate

La “reducción” de la relación.

Es mi intención dedicar un post a compartir mis reflexiones sobre el auténtico deterioro de la política y como esto sucede a pesar de su origen conceptual que coloca a la política como una de las principales características que distinguen al ser humano del resto de las especies conocidas. Eso será más adelante.

Consciente del deterioro de la percepción que tenemos de los políticos y por ende la política, he recordado un articulo que leí hace tiempo y que me sorprendió. Se publicó en diciembre de 2012 y lo hizo el entonces Ministro de Educación, José Ignacio Wert. Reconozco que lo que me llevo a leerlo varias veces fue el contraste entre la imagen que yo tenía de este señor (por percepción del político y la política) y el contenido del artículo.

Oficiónate, se apoya en la capacidad de relación natural como actividad que desarrollamos desde que nacemos hasta que morimos. Ya explico en proyecto como la relación es una actividad de procesado que nuestro cerebro ejecuta incesantemente, como respirar. Lo que el artículo que os acompaño describe, no es otra cosas que los trucos que nuestro cerebro utiliza para simplificar (reducir) las relaciones a la mínima expresión imprescindible para ser eficaz. Ahora bien, ¿Qué ocurre si dejamos que está suerte de comodidad invada espacios importantes para nosotros?

Es lo que me paso a mí con el contenido del artículo y la relación (filtro) que mi cerebro había colocado al Sr. Bert para resumir al máximo lo que no le interesa demasiado.

«La permanente clasificación, cuantificación y ordenación de los demás, su reducción a lo que puede sopesarse y medirse, no pocas veces ignora su peculiar singularidad. Por eso, no basta saber de ellos, ni hacer juicios sobre sus necesidades, sobre sus preferencias, y, ante todo, sobre lo que les conviene. Lo determinante es estar cerca, lo suficiente para sentir la proximidad del calor de su mirada, su ansiedad o su entrega, la demanda y la donación que se nos ofrecen. De ahí que a veces nos situemos a la distancia adecuada para ver sin ser mirados, sin tener que encontrarnos con la mirada del otro.. Nos gusta ver, fisgar, incluso escudriñar, pero a condición de no ser penetrados por la irrupción de la singularidad irreductible del otro. Podemos hablar de él, tomar decisiones que le afecten, buscar lo que le es más adecuado, eso sí, siempre y cuando no nos alcance la palabra que destella en su mirada. De este modo lo vemos sin escuchar lo que su mirar nos dice. Y podemos compadecernos durante un momento, emocionarnos, pero no nos quedaremos insomnes con su rostro, ni necesitaremos ninguna transformación. Bastará con vernos afectados, pero no se precisará ni nuestra acogida, ni nuestra hospitalidad.

En definitiva, se tratará de que esta concreta singularidad de alguien no nos llegue, de que no nos alcance la incomodidad que nos disloca, de que no se produzca su venida, de que su palabra se quede en un mero hablar, pero no nos diga. Vivimos de una u otra forma en el olvido del otro. Y no simplemente porque nos reduzcamos a nosotros mismos, sino porque efectivamente se trata de una reducción. No es sólo la pérdida del otro, es, nuestro propio extravío. Sin su palabra, la nuestra es pura prédica vacía. Sin su decir, poco tenemos nosotros que comunicar, salvo indicaciones y consignas.»

 

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