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En el dabate de investidura de Pedro Sánchez como Presidente del Gobierno, el diputado Pablo Iglesias recriminó al candidato que trajera escritas las respuestas, encuadrando esta práctica como uno de los malos hábitos de la vieja política.

Lo que no especificó Iglesias es si eso era aplicable a lo que estaba escrito en papel o se podía hacer extensible a lo que estaba escrito en el cerebro de cada cual. Porque parece suicida que un político (viejo o nuevo) acuda a un debate sin la mente bien repleta de respuestas, una para cada pregunta prevista, y si se hace una inesperada, le ajustamos la respuesta que más se le parezca.

No creo que el propio recriminante vaya con la mente en blanco a la espera de escuchar al otro, reflexionar y elaborar una respuesta. Si es así, tiene una capacidad sobrehumana de utilizar el escaso segundo y medio que tarda en replicar. Lo que me recuerda la respuesta que dieron un grupo de indios Sioux a la pregunta de si estaban bien reflejadas las costumbres de su pueblo en la película «un hombre llamado caballo». Respondieron que en general sí, pero que no se veían reflejados cuando en los fuegos de campamento cada cual respondía inmediatamente a la intervención de otro. No entendían donde estaba la pausa para elaborabar la respuesta.

Y tal vez lo peor de llevar las respuestas escritas en el cerebro no sea la falta de respeto al discurso ajeno o la dificultad de llegar a un entendimiento muto, sino lo que supone como barrera que nos difuculta evolucionar y nos limita vivir.

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