Ayer tarde compartíamos unas cervezas de esas que «ocurren» a veces tras una jornada de actividad. Un momento, un lugar y una compañía de esas que permiten relajarte y elevar el pensamiento y por ende la conversación.
Sin importar demasiado cómo, simplemente fluyendo en la conversación, mi buen amigo Nacho abrió el tarrito del como dialogamos y concretamente de la forma física en la que nos colocamos para ello. Uno frente al otro, enfrentados y tapándonos el horizonte visual el uno al otro, bloqueándonos las salidas. Puede parecer una interpretación un tanto exagerada, aun así seguimos ahondando en ella durante un buen rato, mano a mano.
Por mi parte, puse sobre la mesa la reacción de los animales (en general) cuando se colocan frente a frente. Por ejemplo mi perra (Chispa) que tiene adoración por sus amos, no soporta la mirada más de un segundo o dos, sobre todo de cerca. Si le busco la mirada ella, baja la suya, mostrando sumisión moviendo su rabito o la aparta hacia los lados nerviosilla e inquieta e incitando al juego (eludiendo la situación). Nuestro cerebro primitivo (reptil) que forma parte del «paquete cerebral de serie» que recibimos todos al nacer, sigue respondiendo a los códigos ancestrales de confrontación, reto y territorialidad. Quizás, sólo quizás, este automatismo programado en nuestro cerebro pueda afectar negativamente en algunas situaciones en las que del dialogo lo que esperamos sea avance.
Sabemos que el lenguaje corporal es muy importante a la hora de relacionarnos, sobre todo aquel que se produce a nivel subconsciente y el que se recibe de la misma forma. Siendo así, ¿nos preguntamos si, aun siendo importante, juega siempre a nuestro favor?. Cuando la finalidad del dialogo es avanzar, ¿no sería más conveniente, estar hombro con hombro y con el horizonte a la vista?
A la noche, Nacho me envió un texto de Marina Garcés, precedido de una reflexión del propio Nacho que quiero compartir aquí:
NachoL. «Es posible que muchas veces entendamos el diálogo como una estática confrontación de posiciones. Así, frente a frente, nos miramos con el otro enfrentando una opinión con otra, intentando tapar las salidas, no vaya a ser que aparezca una puerta hacia una incertidumbre que nos rete a avanzar. Puede también que nos sea difícil visualizar el diálogo como un hombro con hombro con el otro, sin posibilidad de que se crucen las miradas que evalúan quien va ganando. Oreja con oreja para escucharnos, mientras miramos en la misma dirección, caminar al unísono. Porque eso es el diálogo: caminar.»
Dice Marina Garcés: «Toda comprensión es fusión de horizontes, la verdad implica, para darse, que se produzca un desplazamiento en quien la recibe. No hay diálogo sin que las dos partes se desplacen. El juego debe ser jugado. No hay margen para la actitud contemplativa.»
Nota: Imagen de la obra Horizontes (1913), de Francisco Antonio Cano publicada en la web del Museo de Antioquia