Mi buen amigo Nacho, al que citaré a menudo y contaremos con sus post de oficionado, nos regaló hace unos meses con un pequeño relato fabulado que nos invita a reflexionar sobre los “datos objetivos” que aparentemente describen un avance social de cualquier tipo sin tener en cuenta el grado de exclusión que puede generar.
Lo mismo puede suceder y sucede con algunos desarrollos tecnológicos, científicos, económicos, … Lo mismo en las organizaciones (empresariales, políticas, …) con “medidas, decisiones y ajustes” aparentemente innovadores o de futuro, orientadas a objetivos que previamente alguien ha convertido en necesarios y que se olvidan de «incluir, incorporar», debiendo afrontar después significativos costes ocultos. También nos puede ocurrir como individuos, cuando sopesamos y predecimos resultados en base a información genérica que no comprobamos antes de tomar una decisión que en principio supone avance.
En estos casos, ¿Cuántas veces contemplamos si incorporamos e incluimos o excluimos?, y cuando lo contemplamos, ¿Cuánto peso le damos en la ecuación final?.
Vamos con ese relato futurista de Nacho Laseca:
Estamos en el año 2030. El Presidente del Gobierno de un país imaginario (que no es España, por supuesto) realiza la siguiente declaración:
«Los números demuestran los grandes avances realizados. El índice de crecimiento de nuestro país es la envidia de los países de nuestro entorno. Los ajustes practicados están dando sus frutos. Sobre todo aquel que hemos aplicado al sistema productivo por el que la talla mínima de los trabajadores ha subido a los 180 centímetros.
Sí, ya sé que este ajuste, tan necesario, ha generado millones de discapacitados, pero nuestro gobierno está adoptando las medidas necesarias para paliarlo.
La primera es concienciar a los discapacitados de que tienen la oportunidad de generar nuevas capacidades, como la capacidad de salto, que les permitirá accionar los interruptores de las máquinas, que ahora han sido elevados en función de la nueva talla de nuestros recursos humanos.
También estamos impulsando la capacidad emprendedora con el nuevo mercado que la decisión adoptada está propiciando. Ya hay ejemplos de empresas fabricantes de zancos o de trampolines adaptados, etc.
Otro escenario de mejora es el de la creatividad, pues ya se están desarrollando modelos colaborativos en los que los discapacitados van a corderetas de los no discapacitados e incluso se está lanzando una iniciativa donde dos discapacitados, uno encima del otro, pueden realizar una tarea (de momento se está probando en un centro especial de empleo).
En definitiva que estas políticas nos homologan cada vez más a los países referentes en materia laboral como los escandinavos, llegando a superar a Suecia si comparamos las fotos de empresa de ambos países.
Tras el relato os pregunto: ¿Deberíamos plantear de base el concepto de desarrollo inclusivo a todo desarrollo?, ¿para qué nos sirven avances, si a su vez generan exclusión y por tanto alto coste social?, ¿para qué me sirven decisiones individuales que me excluyen o excluyen de mi vida privada o familiar?
Si hablamos de eficacia, de rentabilidad, de beneficio, de riqueza, de VALOR. Sin duda hemos de orientarnos al desarrollo inclusivo. Cada vez más empresas lo tienen claro; Incluir, incorporar es negocio, la diversidad de las necesidades nos hacen avanzar y seguir desarrollando, abren nuevas oportunidades de negocio, amplían los mercados, …